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NUBES VAGANTES SON CORTINAS VAGAS DEL CIELO 

Capítulo 1(5.000-7000 p., 20 pag.) En casa ajena

Básil Gianaclis se había pasado la vida huyendo de sí mismo. Había nacido en Nemoville, una ciudad al sur de la isla Crisoelephantina. Su padre se había esfumado, literalmente, cuando él tenía unos tres años de edad. Su madre lo había criado en la casa familiar, en el número 7 de la calle Conseil, hasta que falleció de cáncer. Desde entonces había vivido con tía Aurita, una mujer severa y seca, y con una vieja criada que lo quería mucho.

Después de diversos avatares, a la edad de 44 años había conseguido asentarse en el continente, había alquilado un château francés en la población de la Ferté, en Normandía, y dirigía desde allí una prestigiosa institución: el GVI (Gora Vorontsov Institute) dedicada a estudiar la vida y obra de un controvertido personaje, hijo de un ingeniero ruso y una condesa polaca.

Pero todo aquello se había ido al traste una noche de verano del año 2033 cuando el castillo fue asaltado por una tropa de extraños zapadores que aparecieron de improviso con unas máquinas con las que comenzaron a derribar el edificio, pared por pared, hasta llegar a sus entrañas, donde se encontraba el archivo principal, en los sótanos. De allí se llevaron casi todo lo que había de valor, incluidas las cajas con los legados de Gora Vorontsov, de Anselmo Schmitt y de Kalús McMilkman, tres jóvenes que se habían conocido en Bonanova, y que habían llegado a la isla de Crisoelephantina en busca de una joven llamada Faith A Nice Pair, de belleza poco común, a la que habían conocido en diferentes circunstancias.  

Básil se había hecho partícipe de esta historia después de haber formado parte de la división motorizada nº 22, llamada “La espantosa”, que bajo el mando de Kalús McMilkman había sido comisionado para expulsar al Coronel Nassim de los alrededores de la ciudad

Kalús, que en aquel tiempo ocupaba importantes cargos en la Comisión, había sido patrono de la Fundación Nemo y llevaba el control de la parte oeste de la ciudad. 

Después de enfrentarse a Nassim y de llegar al norte de la isla, a un lugar llamado Oliphant Castle, Kalús cayó abatido por un disparo de Owen, un general rebelde que se había parapetado en aquellas ruinas. Básil, el segundo oficial, recibió todas las insignias del fallecido, y con ellas la orden de retirarse del campo de batalla y regresar a Nemoville, donde debía depositar los tesoros que Kalús se había encargado de saquear del antiguo palacio durante los últimos meses.

Una vez en la ciudad Básil se dedicó a sacar provecho de los privilegios adquiridos: se compró una casa en las afueras, contrató un secretario particular y mandó construir una torre de cristal en la parte norte de la ciudad para el GVI, en una plaza donde se levantaba también la Fundación Nemo, que había dirigido el propio Kalús y que ahora pasaba a manos de otros miembros del Club Azul. Aquel edificio albergaba un museo en honor al capitán Nemo y a las singladuras que había hecho por todos los océanos. El edificio era conocido como la Torre A y tenía una forma cilíndrica, con paredes de mármol blanco y líneas sinuosas, que recordaban al Art Nouveau francés. A la suya, que ocupaba también un lugar destacado, le puso el nombre de Torre B.

Pese a todo el recuerdo de un antiguo amor, una joven llamada Vanina Vanini, pesaba demasiado y le atormentaba la idea de encontrarse con ella por la calle por lo que concibió la idea de trasladar la sede del GVI al continente, donde había vivido de joven, y donde deseaba pasar el resto de sus días.

Después de algunos viajes a Malta, a los Paises Bajos y a la Universidad de Miskatonic, donde alquiló un edificio entero, fue a parar a la región de la Ferté, en el valle del Ouche, donde alquiló otro edificio de aspecto imponente, un château barroco con un lago cristalino que rodeaba la casa, lleno de muebles de estilo imperio y de unos sótanos donde cabían todas las posesiones del GVI, una larga relación de libros, apuntes, cajones y objetos de valor. El lugar era un poco apartado, pero a Básil no le importó nada. Se instaló en el primer piso, en las habitaciones del antiguo dueño, el conde de La Ferté, y le puso a la casa el nombre de Château de Mirasol. Con esto y algunas gestiones ante el Ministro de Cultura francés comenzó a repartir unas becas para el estudio de la vida y obra de Gora Vorontsov, Kalús McMilkman y Anselmo Schmitt, que alcanzaron pronto un cierto renombre y que le permitieron dirigir con mano hábil las investigaciones de los estudiantes que se acercaban por allí.

Fue así cómo profundizó en la vida de Gora y descubrió que había sido un poeta inspirado y que había escrito numerosas libretas con aforismos, pensamientos y ensayos sobre algunas religiones del planeta, fundamentalmente el misticismo oriental, el sufismo, el Tantra y otras derivaciones esotéricas. También cuantificó la fortuna de Anselmo, constituida por un entramado de empresas familiares, y por último los oscuros negocios de Kalús, que le habían proporcionado una ingente cantidad de ingresos en los últimos años.

Todo parecía ir conforme a lo esperado hasta que en el año 2033 ocurrió el asalto. Cuando recibió la llamada de Fae Weldon, su secretaria, se encontraba en Pontusval, una casa en la Bretaña francesa, y no pudo llegar al lugar de los hechos hasta algunas horas después.

Cuando llegó al lugar de los hechos ya todo había pasado. El edificio estaba prácticamente derruido y su contenido: el archivo y la colección permanente habían desaparecido por completo.

Los asaltantes, sin embargo, habían dejado algunas pistas durante su estancia. Su idioma era extraño, pero Fae logró reconocer algunas palabras de Esperanto, el idioma más común en la isla. También se había visto que los miembros del comando llevaban botas gruesas de goma, que dejaban el suelo embarrado, y que el olor que dejaban a su paso era salino, absolutamente extraño en aquella parte de la campiña francesa, y que más tarde comprobaron que se correspondía con la de un alga que solo se encontraba en los acantilados del sur de la isla.

Básil no tardó en deducir que la persona o personas que habían tramado aquel asalto tenían mucho que ver con los personajes a los que estaba dedicada la institución y que sin duda eran originarios de la isla.

Pero Básil pensó también que el ataque podía ir dirigido contra él, y que la intención última sería la de restituir aquellos objetos al lugar de donde nunca debían haber salido. De esta manera no tardó en llegar a la conclusión de que la venganza no se había completado todavía y que su propia vida se encontraba en peligro.  

Lo primero que hizo fue buscar un lugar donde ocultarse y no encontró mejor sitio que el monasterio taoísta de Hongludi Nanshan, en el sur de Francia, que estaba dirigido por el padre Joy Sui Long. Muy pronto se invistió con los hábitos de la orden: un sayal marrón de tela compacta, una cinta con los trigramas del I Ching y unas sandalias de cáñamo, y se rapó el pelo al cero. Como complemento y para pasar desapercibido se puso unas gafas de sol de color violeta.

Con aquel nuevo aspecto pasó varios meses en el monasterio, recuperándose del susto y tratando de pensar de su futuro. El asalto al château había dejado a Básil en la ruina. No solo debía las indemnizaciones a los propietarios y a las distintas compañías de seguro sino que también había recibido en su casa de Pontusval una citación para presentarse ante las autoridades de Nemoville y dar explicaciones de todos aquellos hechos.

Un día, mientras paseaba por los alrededores, vio a unos tipos con un aspecto sospechosamente parejo al de los asaltantes del château. Pensando que podían estar buscándole fue a hablar con el padre Joy y le contó toda la historia.

Después de reflexionar largamente este le aconsejó que lo mejor que podía hacer era regresar a la isla y enfrentar el problema con las autoridades locales.

Básil entró en pánico y comenzó a sentir toda clase de dolores. Primero fue una rodilla, después la espalda y finalmente unas fuertes jaquecas que le provocaban desmayos intermitentes durante las sesiones de meditación que hacían ante un muro marrón.

El padre Joy se apiadó de él y decidió pagarle el viaje de vuelta a la isla. Se reunieron en su despacho, un ashram excesivamente vacío, y le dijo que una joven novicia, la hermana Chân, se había ofrecido para acompañarle. Le informó de que esta tenía grandes conocimientos de los libros sagrados del Tao y que podía serle de gran ayuda, máxime ahora que tenía aquellos desmayos tan inoportunos.

Fue entonces cuando la hizo pasar a la sala donde se encontraban. Se trataba de una joven de corta estatura y cara redonda, muy risueña, que había llegado de Irlanda. Vestía un sayal con capucha de color marrón, unas sandalias y la cinta con los trigramas de la orden. Como era un poco miope llevaba también unas gafas de concha con unos cristales supletorios para el sol, que subía o bajaba a voluntad.

Durante algún tiempo estuvieron haciendo los preparativos para el viaje. Básil sabía que para acceder a la isla había que conocer los pasajes correspondientes. Si bien en otro tiempo se habría podido llegar en tren, a través de algunas estaciones situadas en lugares concretos del continente, actualmente solo había dos maneras de acceder a la isla: una era mediante un largo viaje en hidroavión hasta un punto concreto en medio del Atlántico norte, y la otra era llegando hasta aquel mismo sitio en barco y haciéndolo naufragar de forma deliberada. 

La isla se encontraba situada más o menos a unos cuarenta y tres grados de latitud en el hemisferio norte, a una distancia equivalente entre Terranova y la costa occidental europea, en un triángulo que abarcaba las costas de Irlanda, Bretaña y el Finisterre galaico. 


También conocida como MAGNA INSULA SOLSTITIUM (MIS) su peculiaridad era que se encontraba sumergida bajo las aguas y que parecía colgar boca abajo, como si se hubiese girado sobre si misma o, mejor aún, como si la observásemos a través de un espejo. La isla se mantenía de aquella manera pegada a la cota 0 de la masa oceánica y los barcos que pasaban por la zona no podían percatarse de su presencia.

Por alguna extraña razón, que no es momento de explicar, la isla se hallaba habitada por seres que habían pasado de este mundo al otro en algún momento trágico o traumático de sus vidas. Aquello no significaba que estuvieran muertos, sino más bien que habían transcendido de un plano de la realidad a otro y, por supuesto, que sus vidas habían experimentado un cambio sustancial, muy parecido al de las transmutaciones místicas.

En cuanto al aspecto externo las únicas diferencias con el mundo real eran un extraño resplandor en los objetos, un aire más espeso y difícil de respirar, y un color verdoso, estilo sap, en el cielo. También los movimientos eran más lentos, pero esto, al cabo de un tiempo, dejaba de notarse y todo transcurría con la misma armonía y fluidez aparente que si se estuviese en el otro lado.

La isla tenía 924 kilómetros de extensión de oeste a este, y 449 kilómetros de norte a sur. Su superficie era muy montañosa, pero tenía una zona desértica al este y un inmenso lago salado hacia la parte norte, conocido como Axis Kool, a través del cual se podía pasar también de uno a otro lado.

Básil conocía a un piloto de hidroavión que ya le había llevado varias veces a la isla, así que se pusieron en contacto con él y viajaron hasta Brignogan, una población cercana a Pontusval, donde ultimaron los preparativos del viaje. Después de acordar el precio, que Chân tuvo que pagar de su propio bolsillo, despegaron una mañana de abril de la bahía y recorrieron las 400 millas que los separaban de la isla. Una vez en el lugar el piloto hizo una maniobra arriesgada. Puso el avión en un ángulo de 45 grados y atravesó limpiamente la superficie. Tras un fuerte golpe el avión se sumergió en el agua, pero lo que sucedió realmente fue que se encontraron de nuevo en un espacio abierto y que volaban cabeza abajo, dejando atrás no solo la superficie del océano sino también la isla de Crisoelephantina, que se extendía a lo lejos, sobre el horizonte.

El piloto se dio cuenta de ello y realizó una nueva maniobra. Hizo girar el avión sobre sí mismo y enseguida recuperaron la horizontalidad. Después corrigieron el rumbo y se dirigieron hacia el norte, donde se encontraba la isla.

Chân respiró, aliviada, y contempló por primera vez aquel fenómeno de la naturaleza.

—Verdaderamente sorprendente —murmuró para sí, con la barbilla apoyada sobre el borde de la ventanilla.

La isla era alargada y estaba formada por un largo macizo montañoso con una cumbre de mayor altura en su parte izquierda. De ella salía un penacho de nubes blancas que se deshacía en lo alto. Después se veían a un lado y a otro una serie de picos nevados que iban descendiendo hacia el este y que permitían adivinar diferentes regiones, como una larga planicie que se extendía casi hasta la costa y unos extraños destellos, imposibles de explicar.

Según se acercaban cada vez pudieron observar más detalles. Lo primero que lograron discernir fue una serie de largos acantilados de una intensa tonalidad oscura y una fila de montañas hacia el interior, con sus picos destacando sobre el resplandor de las montañas más altas.

De pronto, sobre el borde mismo de la costa vieron unos diminutos puntos del color del coral, pero más oscuros, y otros puntos más oscuros que se movían sobre las olas. Eran barcos que surcaban la costa, cerca ya de la ciudad.

Esta se veía como un caótico montón de pequeñas construcciones que ocupaban una estrecha franja por delante de una serie de cerros, cubiertos de vegetación, que parecían sucederse unos a otros hacia el interior. También observaron un pequeño puente de hierro que pasaba por encima de un río, que iba a desembocar no muy lejos de la ciudad. Después pudieron ver las siluetas de los edificios más altos, recortados contra el cielo, y las paredes rugosas de una muralla, que parecía ceñir la ciudad por uno de los lados.

El puerto estaba protegido por unos muros de color cinabrio, coronados por almenas y por un castillo de sólidos paramentos que tenía varias construcciones en su interior.

Pero lo que más destacaba era un edificio con forma de faro que ocupaba la parte central del puerto. Estaba en ruinas, pero aún mostraba su antiguo esplendor. Tenía una estructura en forma de estrella en la base y en su fuste se podían intuir los pasillos de unos embarcaderos aéreos que habían servido para dar servicio a los zeppelines que en otro tiempo habían surcado la isla.

El hidroavión descendió de nuevo bruscamente y fue a situarse a ras del agua. Casi inmediatamente se posó sobre su superficie y fue a detenerse en uno de los muelles, junto a un edificio blanco con forma de barco.

Cuando estuvieron amarrados a uno de los pontones el piloto les ayudó a bajar el equipaje y se despidió de ellos.

Básil y Chân dieron unos pasos de forma vacilante sobre el duro suelo de adoquines y contemplaron la larga fila de edificios que formaban la fachada marítima. Entre ellos no tardaron en localizar el New Riverside Hotel, donde tenían reservadas dos habitaciones.

Chân fue la primera en emprender la marcha, con su maleta rígida, un modelo gris, y la mochila de tela montada encima. Básil trató de seguirla, pero las piernas le fallaron y acabó por sentarse encima de las dos maletas, sin soltar el portafolio marrón, donde llevaba los papeles que había preparado para mostrar a las autoridades.

Al ver que Chân no le hacía caso cogió las maletas y las arrastró como pudo hasta el otro lado de la extensa avenida.

El hotel estaba retirado con respecto a la calle y tenía delante un pequeño jardín con varios bancos y tres enormes palmeras que se elevaban muy por encima del propio edificio. La entrada estaba en el centro de la fachada y tenía un arco de medio punto cubierto completamente por una pared de vidrio de color verdoso. Los herrajes eran de bronce y estaban teñidos también de verde.

Básil había trabajado allí de joven, pero el hotel de entonces no se parecía nada a aquel. Todo era nuevo, funcional. Las puertas se abrieron automáticamente, el suelo era de mármol y los muebles eran funcionales, de maderas exóticas y furiosos estampados.

En el mostrador de recepción les atendió un tipo delgado, con traje gris y gesto contenido, se dirigió a ellos en Esperanto,  y les proporcionó las tarjetas con las que podían acceder a sus habitaciones.

Subieron en un ascensor de cristal que les llevó hasta el segundo piso. Básil se despidió de Chân en la puerta y fue a arrojarse vestido sobre la cama. Estaba tan cansado que se quedó dormido al instante.

Cuando se despertó, en medio de la noche, estaba empapado en sudor y las luces de la habitación se habían apagado solas. 


En un primer momento no supo donde se encontraba. Miró a su alrededor y solo pudo distinguir un largo aparador, de líneas sencillas, y un cuadro de grandes dimensiones, con manchas de color negro, dorado y rojo, que ocupaba la pared de enfrente.  

Se incorporó sobre la cama y comprobó que las paredes se movían a su alrededor. Cerró los ojos y achacó el efecto al cansancio acumulado. Después de un rato se sentó en el borde y se quitó el hábito, arrojándolo al suelo. Se incorporó, desnudo, y avanzó torpemente por la habitación moviendo las manos en la oscuridad.

Las paredes volvieron a moverse, pero poco a poco fueron mitigando el efecto. Básil sintió ganas de vomitar, pero se contuvo y logró apoyarse en el mueble alargado que había contra la pared. A aquella distancia podía contemplar con algo de detalle el cuadro.

Ante sus ojos vio un largo paisaje pintado de manera salvaje, con grandes brochazos que atravesaban el lienzo de parte a parte, pero cuanto más se fijaba en aquellas manchas, nada sutiles, más le parecía entrever los detalles de otro paisaje oculto, formado por sutiles gradaciones de color, con texturas orgánicas que parecían resbalar sobre las piedras, con cúmulos de vegetación salvaje que se deshacían hacia las profundidades y por entre las que parecían asomar algunas construcciones aisladas, unos caminos sinuosos que avanzaban por las laderas de las colinas en busca de algún lugar ignoto. Las partes más altas desaparecían en medio de la niebla y unas letras, de origen chino, parecían ocupar el espacio.  Sin duda trataban de contar una historia. Básil intentó descifrarlas, pero no tenía suficientes conocimientos del idioma.

Entonces la visión se hizo más nítida y creyó ver en el centro a una especie de mandarín sobre un toro salvaje. Su cara le resultaba extrañamente familiar, pero no supo reconocerlo.  Tenía un rollo de papiro en la mano. Un poco más arriba una figura femenina parecía surgir de una zona lacustre. Tenía los cabellos largos y sueltos y por encima de ella había una luna dorada, rodeada de manchas también de oro. En una esquina, dos amantes parecían conversar con gesto amable sobre una barca. Por un momento creyó escuchar un leve sonido de címbalos a lo lejos, que parecían estallar como suaves pompas de jabón en la oscuridad del cuarto. A un lado y a otro pudo ver una tierra misteriosa, azul y blanca, con ciudades que destellaban en la lejanía, con caravanas de mulas que recorrían estrechos caminos, y cuadrillas de comerciantes, soldados y aldeanos que iba de un lado a otro, atravesando valles, cruzando inestables puentes sobre abismos insondables, entrando y saliendo de misteriosas ciudades, llenas de tortuosas calles, de torres, de palacios  con cúpulas doradas, de rojos castillos salpicados de cañones, de culebrinas, de mosquetes y alabardas. Todos se movían, como si fueran parte de una película, y Básil ya no podía saber si se trataba de un sueño o de si todo aquello estaba sucediendo de verdad ante sus ojos.

De entre todos ellos, creyó reconocer a alguien que había visto en alguna vida anterior. Eran unos viajeros que avanzaban muy cerca de cima de la montaña más alta, en unos viejos carromatos cubiertos, llenos de tratos. Y eran los címbalos de sus cabalgaduras los que escuchaba, punteando armoniosamente el ritmo de su marcha. Y la mente de Básil viajaba con ellos, y de pronto comprendió que se trataba de un grupo de Titiriteros, que iban a aquel país que estaba al otro lado de las montañas. Uno de ellos era Aroidi, el padre de Faith, con su sombrero troncocónico, y también estaba Remaai, con su sonrisa irónica, y Doroía, que jugaba a su lado. También vio a un Obispo, moviendo su báculo acompasadamente, y al vendedor de arenques, azuzando a un viejo burro de color zanahoria, y al Mochuelo, saltando de rama en rama. Detrás de ellos iba un hombre de aspecto adusto, con un libro en la mano, leyendo una salmodia, y detrás de él un árbol con forma humana, arrastrando una pierna que no conseguía mover.  Pero no vio al viejo Losanrot, ni a la Gitanita, ni a muchos otros miembros de la tribu que conocía por los libros que había leído en la Fundación.

“¿A dónde irán?” se preguntó, mientras el sonido de los címbalos se apagaba en su memoria y el rumor del viento le devolvía a la realidad.  “¿A dónde irán?” se preguntó de nuevo, esta vez en voz alta, y despertó de nuevo, sumido en un intenso estupor.

Se encontró en el suelo, tirado cuan largo era junto a la cama. Tenía los ojos clavados en el techo y la oscuridad presidía aún la habitación.

Se incorporó, apoyándose en un sillón de cuero, con patas de madera. Con algún esfuerzo consiguió avanzar de nuevo hacia la extraña pintura, pero ya no pudo ver más que sombras y gruesas pinceladas.

Desnudo, aterido de frío y un poco decepcionado, buscó la entrada del cuarto de baño. La puerta era un espejo de arriba abajo y fue entonces cuando vio una figura extraña, con la cabeza rapada, los rasgos orientales y un leve brillo sanguíneo en los ojos. “Otra aparición”, pensó, pero al tocarse la cara se dio cuenta de que era él mismo y retrocedió asustado.

Ya no se acordaba de que se había hecho aquella horrible operación. Entonces encontró un interruptor y la luz pareció inundar la habitación.

En el cuarto de baño encontró un albornoz blanco y unas zapatillas desechables. Se las puso y pasó un rato sentado en el retrete, acompañado de un sinfín de luces y de botones que no se atrevía a accionar.

Cuando regresó a la cama el cuadro de la pared parecía observarle, imperturbable, y los sonidos de címbalos y los personajes animados parecían haberse volatilizado.

Volvió a tenderse en la cama, esta vez con la ropa tapando su castigado cuerpo y apagó la luz de nuevo.

Cuando se despertó, la luz inundaba por completo la habitación. Básil se restregó los ojos y comprobó que el teléfono de la mesilla estaba sonando. Lo descolgó y escuchó la trasparente voz de Chân.

—Son la nueve, ¿va a bajar?

—Ahora no, tengo que vestirme —dijo Básil.

—Estoy en recepción —repuso Chân—. Hay varios mensajes para usted, uno de ellos de Alew Passepartout.

—Ah, sí. —contestó—. Lo esperaba. Hay que hablar con él esta mañana, para ver cómo están las cosas.

—Puedo ir yo y enterarme de cuales son sus intenciones —propuso Chân.

—Eso sería estupendo —dijo Básil—. Así me da tiempo a prepararme. La oficina de asuntos económicos está en un edificio moderno, de color negro, por detrás de la torre B, en los jardines del Oeste.

—De acuerdo —dijo Chân—. Pero usted espéreme en el hotel. Está débil y podría pasarle algo.

—Lo sé, no te preocupes —contestó, y después colgó el auricular.

Cuando bajó a desayunar, casi una hora después, Básil llevaba puesto su segundo hábito marrón, abotonado por delante y con adornos en los hombros, y unas gafas de sol doradas, que dejó sobre la mesa.

Mientras saboreaba un dulce de fruta contempló el pequeño jardín que había frente al hotel. A aquella hora estaba despejado y los parterres con vegetación le trajeron recuerdos de su etapa como gerente.

En aquella época el hotel era completamente diferente. Era un viejo edificio con muebles de madera, papeles pintados en las paredes, pasillos con viejas moquetas y numerosos rastros de polilla por todas partes. Básil había trabajado allí durante cinco años. Allí fue donde conoció a Vanina Vanini y allí fue donde pasaron todos oscuros sucesos del robo de la Colegiata. Después el Hotel resultó destruido por un incendio y Básil se enroló en la campaña del norte, junto con Kalús y con otros veintemil hombres más.

Con todo esto en la cabeza salió al frio aire de la mañana y pasó junto a un taxi de color verdoso. Continuó hasta la esquina y se dirigió por una calle fuertemente empinada hasta la parte antigua. No muy lejos de allí se encontraba la calle de los Rientes, en una de cuyas casas había nacido.

La casa había pertenecido a un antepasado suyo, Silverio Favio, y había tenido una joyería en la planta baja. En su tiempo aún se conservaban la entrada, de paneles de madera, y los escaparates con persianas, que se subían y bajaban cada día.

La casa había desaparecido también en el curso de la última rebelión, cuando lograron echar de la ciudad a las tropas de Taak y de la Generala Tguidi.  

Al llegar a la altura de la casa Básil vio que tan solo quedaba una parte del muro del jardín y las puertas tabicadas del bajo. Siguió su camino hacia la zona alta y se detuvo junto a la fachada principal de la Colegiata. Otro de los episodios de su vida había tenido lugar en aquel edificio, cuando intentó robar una imagen muy valiosa de una virgen. El robo salió mal porque sus compinches, el hermano de Vanina y otros tipos, se enfadaron con él y lo tuvieron varios días secuestrado.

Pero al final había conseguido salvar la vida, en parte con ayuda de la propia Vanina, y en parte por la intervención de su tía, que logró sacarlo de la comisaría, a donde había ido a parar a continuación.  

 Apesadumbrado con estos recuerdos, murmuró: “Cuanto tiempo perdido, cuantos deseos insatisfechos”.

Sin darse cuenta sus pasos le llevaron por las callejuelas de la parte antigua hasta la fachada de la Gran Basílica. Era aquel el edificio principal de Nemoville. Construido en tiempos de la fundación de la ciudad estaba constituido por una gran nave abovedada en cuyo interior se desarrollaban las sesiones de la Asamblea Permanente, el órgano rector de la ciudad. En aquel lugar, sobre las gradas laterales y las tribunas que ocupaban la parte del ábside, se asentaban los representantes de los distintos clanes, las agrupaciones y los distritos en los que se dividía la ciudad. A un lado estaba el edificio del tesoro, un poco más adornado, con una fachada de piedra, una fila de siete balcones en el primer piso y un escudo con la figura de Nemo mirando al horizonte y una estrella de cinco puntas sobre él.

 Después siguió rodeando el edificio por su parte izquierda y pasó frente a la Casa de los Astrólogos, que había estado ocupada por la Dirección General de Propaganda en los tiempos del Explorador, y la sede de los Anacoretas, un grupo formado por los más antiguos habitantes de la ciudad, junto con los Reencarnados y los Astrosabios.

Después, por unas escaleras llegó a la plaza del Resol, un espacio abierto, donde los edificios más destacados eran la Comisión Permanente, una especie de Gobierno de la ciudad, el palacio de los Meditabundos y la Escuela de Marionetas, un coqueto edificio de estilo modernista que hacía esquina en la parte baja de la plaza. 

Entonces pensó que no estaba lejos de oficina de asuntos económicos, donde podría encontrar a Chân, y decidió encaminar sus pasos en aquella dirección.

Solo tuvo que cruzar la plaza de los Domingos y adentrarse por una calle adyacente. Era un edificio monótono, de piedra, del mismo estilo que tantos otros de la ciudad. Dos enormes cipreses presidían la entrada y Básil empujó la pesada puerta de aluminio dorado. En su interior había varios patios y una escalera que conducía al piso superior, donde se encontraba el despacho de Alew Passepartout, pero prefirió esperar a verla aparecer cerca de la puerta.

Chân no tardó en bajar por aquellos escalones. Lo hacía con precipitación y un  tanto asustada, pero su sorpresa fue aún mayor al ver a Básil desmayado en el suelo, en uno de los pasillos adyacentes.

—¿Se encuentra mal? —dijo, tratando de levantarle la cabeza.

Básil abrió los ojos y vio el redondo rostro de Chân a pocos centímetros de su cara.

—Oh, no es nada —dijo Básil, intentando incorporarse—. Creo que aún no me he recuperado de la pesadilla de anoche.

—Tengo malas noticias —dijo Chân—. Passepartout me ha dicho que actualmente hay una reclamación contra usted. Pretenden que se hagas cargo de la deuda, del valor de los bienes del Instituto o que los restituya completamente, cosa que cree imposible.

—Ya, ¿y si no tengo medios para pagar dicha cantidad ni para restituir los bienes? —preguntó Básil, casi sin fuerzas.

—Entonces tendrá que pasarse en la cárcel del Consistorio todo lo que le queda de vida —repuso Chân.

Básil suspiró y se sentó en el suelo.

—Bueno, vamos a ver a mi amigo Jeff. Probablemente esté en la Torre B —dijo—. No es muy lejos de aquí.

Salieron del edificio y se dirigieron hacia las afueras. En una larga esplanada, donde antes habían estado los sistemas defensivos de la ciudad, encontraron una formación de árboles y entre ellos, sobresaliendo de forma notable la Torre A, mandada construir por Kalús, y la Torre B, que había sido sede del GVI, y donde habían estado depositados los bienes del Instituto antes de su traslado al continente.

 Mientras se acercaban Chân continuó informándole de la conversación con Passepartout:

—Al parecer la representación del GVI la ejerce ahora una tal Julia Moon.

—La conozco —dijo Básil.

—Alew dice que has tomado decisiones lesivas para los intereses de la ciudad y no te dejarán retomar el mando. Pero de todos modos dice que está de tu parte.

—Miente —se quejó Básil—. Pero yo conseguiré convencerlo para que me ayude a recuperar esos bienes robados. Están en la isla, no hay ninguna duda. Tengo pruebas, están en el maletín, en mi habitación.

La hermana Chân lo miró con expresión dubitativa, pero ella también estaba convencida de que Básil tenía la solución.

—Bueno, ¿qué te ha parecido la ciudad? —preguntó Básil, cambiando de tema.

—Extrañísima, lo que más me sorprende es la arquitectura, tan del XIX —dijo—. Es como si estuviera viendo un escenario de película. Y es extraño saber al mismo tiempo que estamos suspendidos bajo el agua, que el mundo real está en algún lugar ahí, bajo nuestros pies, y que podamos respirar igualmente; que el cielo se vea como en el otro lado, y que la luz del sol llegue también a través de esas nubes tan densas que pasan por encima de nuestras cabezas.

Básil afirmó con la cabeza y se dirigió a la Torre B, un edificio de cristal, con formas prismáticas, en el que se reflejaban aquellas densas nubes.

Al acercarse pudieron comprobar que las puertas estaban cerradas y que a través de los cristales no se percibía actividad alguna. El suelo estaba sucio y tras un mostrador de mármol blanco se veían aún, en la pared de fondo, las siglas del GVI y una estrella de cinco puntas.

—Tiene que estar, ya verás —dijo Básil, apretando el llamador que había al lado de la puerta.  

 Después de unos instantes se escuchó un chirrido y después una voz distorsionada:

—¿Quien és? —se escuchó por el altavoz.

—Soy yo, Básil. Acabamos de llegar a la ciudad.

—Espera ahí, enseguida bajo —dijo la voz.  

Después de un rato pudieron ver cómo se abría una puerta de ascensor y aparecía un tipo alto, de pelo cano, que les hizo gestos de que aguardasen.

—¡Es Jeff Gold, el chico de oro! —exclamó Básil, con tono alegre.  

FIN del capítulo 1

 


Capítulo 2(5.000-7000 p., 20 pag.) El viaje a la luna

Jeff se acercó al mostrador, accionó un interruptor y consiguió que la puerta se abriese. Básil penetró en aquel espacio casi de inmediato y observó que el aspecto general era deslucido y sucio. Una capa de polvo cubría el suelo. Finalmente se acercó a Jeffer. Este lo miró de arriba abajo, con aire de desaprobación, y dijo:

—No puede ser ¿Qué te ha pasado?

Básil se quedó parado un instante, sin saber que decir. 

—Me he hecho una operación de cirugía estética, este es el resultado —dijo, al fín—. Te presento a la hermana Chân, del templo de Hongludi Nanshan.

Chân avanzó unos pasos y le dio la mano a la manera occidental. Aquello sorprendió a Jeff pero la respuesta de Chân fue muy rápida:

—En realidad soy anglosajona. Mi familia es de Omaha. 

—Bueno, así que has venido —dijo Jeff—. La verdad es que para esto no necesitabas haberte hecho esa operación. Estás horrible.

—También me he convertido al budismo —dijo Básil, encogiéndose de hombros—. Han sido mi salvación durante este último año.

—Estas mayor —repuso Jeff, moviendo la cabeza de lado a lado—, y esa túnica y ese gorrito no te sientan nada bien.

—Lo puedo entender —dijo Básil—, pero son mis convicciones.

Jeff los llevó hasta el ascensor y los introdujo dentro. Era una caja de cristal y podían ver los sucesivos pisos según avanzaban. Por la parte posterior observaron una gran sala vacía. Sobre el suelo había un pedazo de mármol incrustado, con varias figuras alegóricas talladas en altorrelieve.

—Es el mausoleo de Kalús —le dijo Básil a Chân.

Después siguieron subiendo. Cuando llegaron al séptimo, el ascensor se detuvo y la puerta dio paso a unos pasillos desangelados. Jeff les condujo hasta un despacho que olía a humedad. Una mesa grande, un sofá y un archivador era todo lo que había. La cristalera exterior mostraba un paisaje extremadamente luminoso, con un fondo de montañas difuso. Jeff fue a sentarse en el ajado sillón que había detrás de la mesa. Básil y Chân se sentaron en el sofá que había a un lado.

—Ni por un momento pensé que vendrías a Nemoville —comentó Jeff—. Aquí estás en peligro de que te detengan en cualquier momento. 

Básil respondió:

—Tenía que dar explicaciones, y ofrecer una solución —dijo—. Eso es lo correcto.

Jeff se quedó callado y movió las manos, como esperando esas explicaciones.

—Pues bien —dijo Básil, mirando a Chân—. La conclusión es que el expolio lo organizó alguien de la isla. Tengo una prueba, un documento donde se cita un párrafo de “Los pájaros del silencio”. El poema fue escrito por Gora y Anselmo en el año 2004, después de varias expediciones por el interior. Habla de un lugar, el valle del silencio. Yo conozco ese sitio, está cerca de Última. Los titiriteros acamparon en su día muy cerca de allí. También era el lugar donde vivía el anónimo conocedor, la persona a quien Gora citaba constantemente, de forma obsesiva, porque había tenido algo que ver con Faith y con la historia de cómo se conocieron.

—Esa historia a mí no me interesa nada. Pero de cualquier manera, no es a mí a quien tienes que convencer —dijo Jeff—. Va a ser con Alew, o con la Comisión Permanente con quien tendrás que pelear.

La conversación se prolongó por unos cuantos minutos más en el mismo tono. Al final, cuando regresaban al hotel, Básil y Chân estaban bastante decepcionados. 

Todo lo que pudieron ver fue un pequeño montículo, una pared caleada y un extraño árbol con las hojas de color azul. Chân miró a Básil con resignación, acordándose de las instrucciones que le había dado Joy Sui Long: “No lo dejes nunca solo…”, y cogió la maleta de Básil, reemprendiendo la marcha con la abultada mochila aún cargada a sus espaldas.

Básil la siguió, admirando su fortaleza de carácter y poco después llegaron a una urbanización de chalets, muchos de ellos de la época anterior al Explorador.


Al llegar a la casa de Danuto, un chalet un poco más grande que los demás, pintado de color blanco y granate, vieron que la verja que daba al jardín estaba abierta. Bajaron por una rampa y se encontraron el edificio cerrado. Sin embargo el camino conducía a la parte de atrás, donde se encontraba el garaje.

Al primero que vieron fue a Alew.

—No te esperábamos ver aquí —dijo Básil.

—En realidad, estamos de tu parte —dijo Alew, un tipo alto, de pelo negro, elegantemente vestido, que lo cogió por los hombros.

Entraron en el garaje y la hermana Chân se echó sobre el suelo, exhausta.

—Te hemos conseguido un medio de transporte, y un guardaespaldas —añadió Alew, mostrando un camión verde de seis ruedas, con una lona que cubría la parte de carga.

Casi inmediatamente aparecieron Jeff y una señora de pelo negro, con unas gafas redondas. Era bajita y llevaba una falda muy suelta de titiritera.

—Julia —dijo Básil—. No me puedo creer que estés aquí.

—Estamos contigo —dijo ella, a modo de disculpa—. Es cosa de Poldo Bartax, el presidente del Comité, que hayan mandado a una patrulla para detenerte.

Jeff se acercó y señaló el camión.

—Le hemos puesto la enseña del Club Sierra —dijo, mostrando un gran letrero amarillo que había en el lateral—. De esta manera no sospecharán nada allá donde vayas.

Básil no sabía que decir.

—Aquí teneis toda la documentación que necesitáis —añadió Jeff—. Si alguien os detiene decís que sois Evba y Grael Irad, miembros del Club Sierra y que estáis haciendo un viaje de exploración.

Entonces apareció un tipo de aspecto rudo, con un abrigo de camuflaje, que dejó una bolsa en el suelo.

—Este es Roko Lexko—dijo Alew—. Es amigo de Danuto, conoce a Spook y a otros antiguos miembros del Club Azul.

—Saludos de Danuto —dijo Roko, extendiendo la mano—. Está de viaje en algún lugar de Centroamérica, pero le desea toda la suerte del mundo.

Después se dirigió a Chân.

—Encantado de conocerla, señorita —añadió, estrechándole las manos.

Básil creyó intuir en las mejillas de Chân un cierto rubor.

—Bueno, no hay tiempo que perder —dijo Jeff—. Debéis montaros ya en el camión. Básil conducirá.

Básil había manejado aquel tipo de camiones durante toda la campaña del norte.  Tenía un enorme asiento corrido en la cabina y sus mandos eran sencillos: una palanca de cambios, un velocímetro, un indicador de temperatura y varios interruptores. Nada más.

Chân se sentó a su lado y Roko se escabulló en el interior de la plataforma posterior, entre cajas de avituallamiento y bidones de gasolina.

—Venga, marchaos, antes de que nos descubran —dijo Alew.

Básil maniobró aquella ruidosa máquina con cierta destreza. Salieron del garaje y enfilaron la avenida de Tilos en dirección a la Estación de tren. Deberían dejar la ciudad por el norte hasta llegar a las montañas del Horizonte. Allí se encontrarían con las ruinas de Última, donde Básil pensaba hacer sus primeras indagaciones.

Casi inmediatamente se puso a llover. Básil accionó el limpiaparabrisas, pero enseguida los cristales se cubrieron de vaho. Chân sacó un paño de la guantera y se afanó en limpiarlos.

En medio de todo aquello llegaron a las proximidades de la Estación de tren. Cruzaron un pequeño puente de piedra que pasaba por encima de las vías y siguieron por una carretera cubierta de árboles que les llevó a las orillas del Bisbi, el río que abastecía de agua a la ciudad.

Se dirigieron al norte y después de un par de horas estaban ya en una larga llanura que fue convirtiéndose poco a poco en un paisaje más montañoso. Después avanzaron por una meseta en a que abundaban las retamas y los arbustos y se detuvieron a comer en un lugar abrigado. Como no había dejado de llover se pusieron por encima de los hábitos unas capas de plástico de camuflaje y dieron buena cuenta de las provisiones que les habían puesto en dos cajas de cartón. Después continuaron avanzando hacia el norte y llegaron a una bifurcación. Básil le pidió a Chân que sacase un mapa que había traído consigo.

Chân lo desplegó sobre el parabrisas y estuvieron analizándolo un rato.

—Si seguimos por aquí, muy pronto encontraremos las vías del tren —dijo, señalando el camino de la izquierda.

Al llegar la noche descubrieron que estaban ya muy cerca de unas montañas de aspecto siniestro y no tardaron en detenerse de nuevo.

Pasaron la noche en dos tiendas de lona. Una de ellas, de color naranja, la ocuparon Básil y Chân. La otra, de color gris, estaba ocupada por Roko, que llevaba siempre consigo una bolsa negra alargada.

A la mañana siguiente fue Chân la que cogió los mandos del camión. Se sentó en su puesto, ajustó la altura del asiento y puso en marcha el motor.

El camino se hacía cada vez más accidentado y los numerosos baches les hacían retroceder y variar el rumbo con mucha frecuencia. La lluvia del día anterior había dejado aquellos baches llenos de barro y de agua, por lo que las ruedas resbalaban y era muy difícil mantener el agarre. La suerte era que el camión estaba bien preparado para estas contingencias, sus cuatro ruedas traseras tenían una tracción formidable y el único inconveniente era la dureza de las suspensiones, unas ballestas de escaso recorrido que les hacían saltar del asiento al menor tropiezo.

Cuando ya habían atravesado lo peor de aquella cordillera vieron que se extendía ante ellos una zona baja cubierta de vegetación, con algunas formaciones arbóreas dispersas. Era el Nemoland, la tierra que la ciudad había reclamado para sí después del levantamiento. Básil había estado allí, con la división motorizada 22, llamada “La espantosa”, enfrentándose a las tropas del Coronel Nessim, que ocupaban la parte norte del valle el año 2023. Todavía quedaban rastros de las trincheras que habían excavado por toda la zona. Básil se detuvo varias veces a observar el terreno y estuvo buena parte de la mañana explicándole los pormenores de la batalla a una atenta Chân y a un Roko más desentendido, que comenzaba a tomar confianza con sus compañeros de viaje y participaba en sus idas y venidas. 

 Por allí encontraron también los rastros de las vías del tren. Estaban cubiertas de maleza y eran muy difíciles de ver.

Cuando Chân retomó los mandos del vehículo le preguntó a Básil:

—¿Cómo es que ya no se utiliza esta línea? —preguntó.

—En realidad fue construida en tiempos del capitán Nemo —dijo Básil—. Servía para unir el interior de la isla con la costa y era utilizada fundamentalmente por los Titiriteros, que bajaban a Nemoville una o dos veces al año. Montaban sus espectáculos por las calles y con el dinero que ganaban compraban en las tiendas de la ciudad, ropa, víveres, algún capricho. Después, tras la guerra el servicio quedó interrumpido y ya nadie puso empeño en recuperarlo.

Por la noche llegaron a los pies de una nueva formación montañosa. Básil comprobó que las condiciones climatológicas empeoraban. La nieve comenzó a caer de forma cada vez más copiosa y muy pronto el camino y los árboles cercanos estuvieron cubiertos por un suave manto blanco, que dejaba en suspenso los detalles más significativos del paisaje.

Detuvieron el camión junto a un talud de rocas que los protegía del viento y estuvieron un rato deliberando. Roko intervino asomando la cabeza por una ventanilla que comunicaba con la parte de atrás:

—Si vamos en aquella dirección —dijo, señalando a una hondonada— es probable que encontremos alguna casa.

Avanzaron con cautela por un camino estrecho, sin árboles, y de pronto, a la vuelta de una curva se encontraron con una pequeña construcción de forma rectangular, con un tejado plano de chapa.

—Bajemos a preguntar —dijo Básil.

Se acercaron a la puerta y accionaron la fría manilla. Estaba abierta así que Básil asomó la cabeza y vio a un tipo joven, mal vestido, detrás de un mostrador.

—¿Qué quieren? —preguntó el chico, hablando en un argot cerrado.

—Podemos pasar aquí la noche? —preguntó Básil.

—No tenemos habitaciones —dijo el chico, en tono seco.

—Bueno, dormiremos en el camión —repuso Básil, viendo que había algunas piezas de carne seca sobre el mostrador, y una estantería con botes de conserva.

Compró un par de aquellas latas y estuvo un rato contando el dinero que le habían dado de vuelta antes de volver al camión.

Básil se acomodó en la cabina y Chân pasó a la parte de atrás, donde Roko le hizo un sitio entre las cajas que llevaban con gasolina y provisiones.

A la mañana siguiente la nevada había cubierto por completo el paisaje. La caseta se mantenía cerrada, sin ningún signo de vida, así que decidieron reemprender la marcha. Básil cogió los mandos de nuevo y no tardó en darse cuenta de que se habían equivocado, que aquel no era el camino que conducía a Última, que tenían que haber atravesado las montañas hacia el norte, pero el camino era angosto y apenas dejaba sitio para dar la vuelta, por lo que decidieron continuar hasta la próxima zona habitada.

Así pasó el día y ya al anochecer llegaron a un valle por el que asomaban algunas construcciones bajas de madera. Era un pequeño pueblo y enseguida acabaron en un cruce, donde vieron una luz parpadeante. Fueron en aquella dirección y descubrieron un edificio de dos plantas, con un frontón de madera sobre el que resplandecía una luna de neón. Por debajo de ella se veía un letrero que ponía: POSADA DE LA LLUNA.

—Nos quedamos aquí —dijo Básil, visiblemente fatigado—. No podría resistir una noche más en la cabina.

Chân lo miró, resignada, y no dijo nada.

Subieron los tres escalones que había a la entrada y abrieron la puerta doble, con cristales en la parte superior. Tras la misma había un largo pasillo con suelo de baldosas, una tumbona, pintura fresca en las paredes y un gato asomado por detrás de una maceta con una planta de interior.

La luz de una lámpara iluminaba los escasos muebles, de estilo diverso, que parecían haber sido puestos allí por casualidad. Un poco más adelante, donde asomaban unas toscas escaleras de madera, se veía un mostrador de madera oscura y varios taburetes.

Básil vio encima de este un teléfono antiguo y un libro cerrado.

—Hola, ¿hay alguien? —dijo, en voz alta. 

Al poco tiempo vio asomar a un joven de unos treinta y tantos años, con barba desaliñada y el pelo rubio, ligeramente ondulado.

—Enseguida voy —dijo, expresándose en el idioma de la isla.

Cuando estuvo cerca vieron que vestía un sayal largo de colores, trenzado a mano, y un pantalón de algodón por debajo. Calzaba unas botas de piel vuelta, cubiertas aún de nieve y barro.

—Buenas noches ¿qué desean? —preguntó, con una sonrisa.

—¿Podemos pasar la noche aquí? —preguntó Básil—. Ocuparemos tres habitaciones.

 Chân y Roko se acercaron y observaron con curiosidad las plantas y la escalera, que parecía conducir al piso superior.

—Sí, claro —dijo el chico—. No hay problema. Mi nombre es Jonás, ¿tienen algún documento que los identifique?

Básil sacó su pasaporte y los otros dos hicieron lo mismo.

—Magnífico —dijo Básil, mientras veía como escribían sus nombres en el libro de registro: Enzo Irad y Grael Irad, hermanos y miembros del Club Sierra, y Roko Lexco, montañero y guía.

—¿Y su equipaje? —preguntó Jonás.

—Sí, iremos a buscarlo —dijo Chân, llevándose a Roko del brazo.

Mientras lo hacían Básil se quedó en el pasillo, observando los cuadros que había en una de las paredes. Uno de ellos era una puesta de sol, bastante emborronada. A su lado había una puerta con la figura de una mujer de pelo oscuro pintado sobre ella. Lucía una gargantilla con un medallón y un abanico. Todo era bastante naif y aparentemente improvisado.

Chân y Roko aparecieron con sus equipajes y se marcharon a las habitaciones del primer piso. A Básil le había correspondido otra en la planta baja, la 2M, que se encontraba al fondo del pasillo.

Al dirigirse a ella vio un patio con un corredor cubierto. Había varias luces encendidas, pero estaba muy cansado y se dirigió directamente a su puerta.

La habitación era pequeña y desangelada. La cama estaba apoyada contra una pared y tenía un cobertor con flores. Se echó en ella y estuvo un rato mirando al techo, respirando con dificultad. Se llevó las manos al corazón y comprobó que este latía de forma descontrolada. Sintió que se desmayaba, pero al cabo de unos minutos los latidos disminuyeron y pudo recuperar la calma.  

Se quedó dormido por unos instantes y cuando volvió a abrir los ojos miró el reloj y comprobó que eran las nueve, hora de la cena.

Salió de la habitación y avanzó por el corredor en dirección a la salida. A medio camino se encontró una puerta abierta. En su interior había varias mesas con unas lamparitas encendidas. Una de ellas estaba dispuesta con cubiertos, servilletas de lunares y velas. Básil entró y saludó a una mujer joven con una densa mata de pelo castaño que le caía por la espalda. Al volverse comprobó que tenía unos luminosos ojos verdes, una sonrisa cautivadora y una figura estilizada y armoniosa. Llevaba puesto un vestido corto, con cintas de colores y mangas abullonadas.  

—Buenas noches —dijo—, bienvenido a mi humilde morada.

—Oh, sí —dijo Básil, en suspenso—. La posada de la LLuna, claro ¿A qué se debe esa extraña grafía?

—Es catalán. Mi madre conoció una vez a un joven poeta que escribía en este idioma, y nosotros (mis hermanos y yo) decidimos hacerle este pequeño homenaje. Tengo uno de sus libros: Ocells, luego se lo paso.

No tardaron en llegar Chân y Roko, por separado. Se sentaron a la mesa que les indicó María y esperaron a ver aparecer los platos de la cena. Primero llegaron con una bandeja con pequeñas frituras de pescado, una ensalada y varias jarras con cerveza a granel y zumos de fruta.

En la posada no parecía haber ningún otro viajero, así que estuvieron un rato largo en la mesa, hablando de todo lo que les había pasado en el camino.

—Es evidente que nos hemos equivocado —dijo Básil—. Por aquí no se va a Última, estamos desviándonos hacia el sur.

—Sí, es probable —dijo Roko.

—Veamos ese mapa que tienes guardado —dijo Básil, dirigiéndose a Chân.

—Lo tengo en la habitación. Voy a por él.

Mientras Chân salía corriendo apareció el joven que les había recibido, Jonás, para recoger los servicios.

—Tú conoces la ciudad de Última —preguntó Básil.

—Sí, está unos trescientos kilómetros al norte —dijo este—, en una llanura detrás de estas montañas. El camino es tortuoso y difícil, y más en esta época.

—Has estado allí alguna vez?

—Sí, de niño creo haberlas visto, son unas ruinas. No vive nadie en ellas.

 En ese momento entró María, que se sentó en una silla a su lado y les preguntó si les había gustado la comida. Un instante despues llegó Chân con el mapa y lo extendió sobre la mesa.

Empezaron a buscar el lugar donde se encontraban y María puso todo su empeño en descifrar lo que había allí indicado. El mapa era del siglo pasado, estaba lleno de anotaciones y tenía unos grafismos extraños, que probablemente tenían más que ver con el origen bélico del mismo. 

Naturalmente aquella posada no aparecía en el mapa, ni tampoco la estación anterior, donde habían cogido gasolina.  Mirando el recorrido de las vías del tren Básil dedujo que el problema había sido alejarse de ellas.

—Es probable que por aquí hubiera algún túnel —dijo Roko, señalando un lugar al pie de las montañas—. Nosotros bajamos por un camino que nos condujo al lugar donde paramos a dormir, donde compramos la gasolina.

Las únicas referencias que había por aquella parte eran unos dibujitos con pinos y abetos muy distanciados. Las líneas de nivel aparecían muy juntas, pasando del marrón al verde claro y al amarillo.

Vieron como las montañas se extendían de este a oeste y que llegado un punto se ramificaban y se extendían hacia el sur, donde aparecía la frontera del país de Nekané, el Aracmenistán.

—Por aquí, más al norte, vive nuestra madre —dijo María— Es la jefe de una tribu de Titiriteros, como lo fueron su padre y su abuelo.

—Y ¿vuestro padre? —Preguntó Chân.

—Nuestro padre era un Revisor de la línea de ferrocarriles —dijo María—. Pasaba tiempo por la zona de Última y allí se conocieron. Ahora ella vive no muy lejos de aquí, en un lugar llamado Vagrant.

Básil tuvo la extraña intuición de que aquella historia casaba bastante bien con otra que él conocía, pero se calló prudentemente y dejó hablar a los demás.

—¿Dónde estaría ese lugar en el mapa? —preguntó Chân.

—Pues más o menos por aquí —dijo Jonás, señalando un pequeño punto al otro lado de las montañas—. Hay una carretera, no muy buena, pero se puede transitar por ella.

—¿Llegaremos en un día? —preguntó Roko.

—Si conseguís llegar a lo alto, sí, sino lo mejor es acampar en un lugar resguardado  y esperar al día siguiente.

Después de hablar un rato más todos se fueron a sus habitaciones. Básil estuvo un tiempo pensando en la historia de Gora y en cómo había llegado a la ciudad de Última. Recordó lo que había leído en los diarios, depositados en el GVI:

Gora era el hijo único de Semión Vorontsov y Bárbara Klossowski. Había nacido en una isla del mediterráneo, en Naxos, en casa de Balthazar Leidner, un médico egipcio, que lo somete a un cruel experimento.

Como él mismo cuenta en su diario:

Con intención de controlar, de dirigir mis pensamientos y mis actos el doctor Balthazar implantó un aparato radioeléctrico en mi cabeza. Pero lo peor de todo fue que mis padres estuvieron de acuerdo con aquel experimento. Ellos mismos instalaron un laboratorio en Vergel Florido para comprobar la actividad del implante y enviar información a Balthazar Nichopoulos, en la isla de Naxos. Sin embargo, lo más curioso es que nunca hice aquello para lo que fui programado, nunca obedecí sus órdenes. Me movía en un mundo propio, lleno de personajes y lugares únicos, inventados por mí, que tenían vida por sí mismos, que actuaban y se movían en un mundo aparentemente real, como este en el que ahora estamos. Fue entonces cuando comprobé que ni siquiera las maquinas más perfeccionadas hacen aquello que sus dueños o sus creadores prevén. Hacen otras cosas, las que les corresponde hacer, no las que otros quieren que hagan.

Lo cierto es que sus padres mueren y él se va a vivir con un tío suyo llamado Ludwig, en la ciudad de Sanandrés, en la costa cantábrica española. Sin embargo, cuando cumple diecisiete años el tío Ludwig le deja regresar a Verjel Florido. La casa se había reconstruido casi completamente desde los cimientos y Gora comienza a hacer vida de adulto.

Un día, casi al final del verano, tío Ludwig apareció de improviso en la casa, muy alarmado. Le dijo a su sobrino que recogiese todas sus cosas, que iba a salir de viaje.

Gora le obedeció y fue con él hasta la estación de tren de Verjel Florido. Allí este le explicó que se había enterado de que el doctor Leidner viajaba en un velero hasta aquella parte de la costa y que estaba empeñado en contactar con el joven Gora para comprobar el resultado de su experimento.

Por aquella época Gora tenía un aspecto poco sano. Su cabeza estaba deformada, como consecuencia del implante, y su ojo derecho estaba proyectado hacia afuera, de forma poco atractiva. Tenía la piel muy fina y las venas de la cara se transparentaban a través de sus mejillas.  Por todas estas razones iba siempre tapado con un sombreo de ala ancha, unas gafas de sol con protectores laterales y unas túnicas que en ocasiones le llegaban hasta los pies. Solo años después, cuando consiguieron arrancarle el implante de la cabeza, comenzó a recuperar un aspecto cercano a la normalidad.

Eran las ocho menos cuarto de la tarde. Tío Ludwig sacó un billete marrón, levemente acartonado, de un bolsillo de su chaqueta.

Cuando llegaron a la estación Ludwig le dijo:

—Este tren va a llevarte a un lugar seguro, es la última estación, recuerda. Allí te encontrarás con alguien que te dirá lo que tienes que hacer.

Gora asintió con la cabeza.

—Es un billete de ida y vuelta, consérvalo siempre contigo —le dijo Ludwig, señalando un dibujo que había en cada una de las superficies—. El revisor solo debe marcarlo una vez cada viaje. Si lo haces todo bien pronto estarás de regreso.

Tío Ludwig abrazó a su sobrino con fuerza.

—Ahora tengo que irme —dijo, poniendo cara de preocupación

Era una tarde calurosa y había un silencio extraño en el aire. Muy pronto comenzaron a acumularse de nuevo nubes negras sobre el cielo. Gora se sentó en uno de los bancos y estuvo un rato observando a los viajeros. Contempló su pequeña maleta de cuero y lanzó un largo bostezo.

De repente un fuerte ruido le hizo volver a la realidad. Se dio cuenta de que se había dormido porque estaba tumbado en el banco, con la cabeza apoyada en la maleta. Afuera del andén, sobre las vías, llovía con fuerza.

El cielo se había vuelto completamente negro. Gora escuchó un agudo silbido y vio que había dos o tres personas en el andén, moviéndose con extraña parsimonia. Sin embargo, en el reloj de la pared marcaban las ocho en punto.

Fue hasta una de las ventanillas y habló con el empleado:

—El tren de las ocho ¿ha pasado ya?

—No, es este que llega ahora —dijo el empleado, lacónico.

Gora se montó en un tren de color verde, con puertas pesadísimas, que costaba abrir y cerrar. Se metió en un departamento vacío y esperó a ver a otros viajeros entrando. Sin embargo, el tren partió sin que ningún otro viajero se hubiese subido. Extrañado recorrió todos los vagones, primero en una dirección y luego en la contraria, pero el tren estaba completamente vacío. Presa del pánico, pensó en saltar a las vías, pero el tren había alcanzado ya demasiada velocidad.  

Cuando estaba a punto de llegar de nuevo a su departamento se encontró con un tipo joven, de mediana estatura, con el pelo rojo, que ocupaba todo el pasillo. Iba vestido con uniforme y un quepis de color oscuro bajo el que sobresalían unas enormes orejas.

—Su billete, por favor —dijo, con voz extraña.

Tuvieron una corta conversación en la que el revisor le informó de que aquella línea iba hasta la ciudad de Última, en la isla de Crisoelephantina, y que no haría ninguna parada en el camino.

—Bueno, en cualquier caso eso fue lo que me dijo el tío Ludwig —pensó Gora, y se sentó resignado en su asiento.

Mientras recordaba todo esto, Básil se revolvió en la cama y comenzó a bostezar. Al día siguiente se lo contaría a Chân, para que fuera sacando sus propias conclusiones, pero todo aquello le estaba resultado increíblemente revelador: los tres hermanos, de vida tan extraña como cautivadora, y la madre, probablemente Faith, oculta en un asentamiento de nómadas, dirigiendo una tribu que ella misma había querido abandonar.

Sin embargo, por la mañana el frío no había disminuido ni un ápice y la nieve campaba por todo el paisaje de forma generalizada.

Cuando bajó a desayunar al cuarto con la chimenea se encontró a Chân, sola, tomando un te con tostadas.

—Señor Básil —preguntó— ¿Qué opina usted de lo que nos contaron los chicos?

—En algún sitio leí: Los caminos que conducen a la verdad son altos, claros y limpios, pero también son solitarios, raros y fríos —dijo, mirando al vacío.

Chân lo miró con extrañeza, pero inmediatamente se recompuso y añadió:

—Lo que quiero decir es que, probablemente, esta desviación nos haya venido muy bien —dijo—. Estos chicos nos han acercado a la verdad, nos han dicho a donde debemos dirigir nuestros pasos y cómo debemos indagar en la historia de Gora, para entender mejor lo que ha pasado. Y encontrar los archivos del Instituto, por supuesto.

—Yo no creo que estén por aquí. No tiene sentido, y además, cómo los habrían traído.

—Por la misma vía por la que Gora llegó a la isla por primera vez, en tren —dijo Básil—. De alguna manera consiguieron recuperar los antiguos convoyes, fueron hasta Champagne o Reims, y atacaron el Château antes de que nadie se diera cuenta de su presencia.

Roko apareció al poco rato y se sentó en otra mesa, pero Chân fue hasta donde se encontraba y le hizo regresar a donde se encontraban.

—Te pasa algo —pregunto Básil, sorprendido.

—No, pero vi que hablabais y no quise molestar.

—Son cosas que a ti también te incumben —dijo Chân, mostrándose comprensiva—. Todos intentamos que esta expedición consiga algún resultado, si no al señor Básil le va a resultar difícil recuperar la libertad.

Básil asintió, a su pesar, y continuó haciendo planes.  

—Podemos quedarnos aquí un día más —dijo—. De esta manera averiguaremos algo más acerca de su madre, donde vive y todo eso, y si ella puede conducirnos a Última, o por lo menos indicarnos el modo de llegar hasta allí.

No tardó en aparecer María, con un vestido verde con mangas en el antebrazo y los hombros al descubierto, seguida por el gato, de pelo negro y blanco.

—Hemos pensado que nos gustaría saber algo más acerca del lugar donde se encuentra vuestra madre —dijo Chân, quitándole la palabra a Básil—, y si desde allí se puede llegar a Última.

—Es posible —dijo María—. Ella es la jefa de la tribu, puede ordenar a cualquiera de sus miembros que os acompañe.

—Hecho —dijo Básil—; pues ahora, lo que nos queda es saber por donde debemos ir.

—Lo mejor es que le preguntéis a Jonás, él conoce mejor que yo los caminos —repuso ella.

El resto del día lo pasaron haraganeando por los alrededores. Jonás apareció a media mañana, de algún lugar desconocido. Venía vestido con un abrigo largo de color marrón, unas botas gruesas de cordones, un pantalón ancho y un sombrero de fieltro bastante deteriorado.

—Hola —preguntó—. ¿Han decidido quedarse?

—No, nos iremos mañana, hoy nos conviene descansar —dijo Básil, que empezaba a sentirse mejor—. Mañana emprenderemos la marcha en dirección a Vagrant, donde se encuentra vuestra madre.

—Desde aquí es la mejor alternativa para cruzar las montañas —dijo Jonás—. No les aconsejo ir hacia atrás, ni tampoco al sur, pues es un país aún más montañoso y se encontrarían con las tropas de la reina Nekane, que no es muy amiga de recibir extraños.

A lo lejos se podían ver las montañas que debían subir. Algunos valles parecían discurrir entre ellas y no se veía nieve en las laderas, pero lo importante era saber como se encontraban los caminos.

Ya por la tarde hicieron una reunión en un salón que había al lado del comedor. Estaba decorado con sillones bajos de mimbres y mesas con conchas marinas y otros objetos exóticos sobre ellas. También tenía una importante chimenea, con recubrimiento de cerámica verde y un listón de madera clara en la parte alta. Allí cabían troncos de tamaño medio, que ardían constantemente.

Jonás estuvo dándoles instrucciones y marcando algunos lugares en el mapa. María también asistió a ratos, pero por lo general se hizo la desentendida.

Ya al anochecer llegaron otros huéspedes. Eran nómadas de los Midlands y llevaban un abultado equipaje, que dejaron en el pasillo de entrada.  En un momento dado Básil se sorprendió de ver a Chân y a Roko jugando en la nieve, pero no le dio importancia. Que Roko se mostrase menos arisco era una buena señal para la expedición.

Con todo esto María y Jonás dejaron de prestarles atención, pero Básil y Chân ya tenían hecho el plan de viaje y a la mañana siguiente emprenderían la marcha.

 


NUBES VAGANTES SON CORTINAS VAGAS DEL CIELO (2021-2045) 

Capítulo 3(5.000-7000 p., 20 pag.) Sin perdón

 La segunda mañana que pasaron en la Posada de la Lluna les deparó la sorpresa de un día de sol. Roko descendió por las escaleras con su pesada bolsa en la mano y se dirigió al camión, que estaba en un patio interior del edificio. Lo puso en marcha para probar el estado del motor y llenó los depósitos con el carburante que habían comprado en la pequeña estación.

Chân bajó a desayunar con actitud indolente. Probablemente no le gustaba la idea de irse, pero su misión era más importante que todo lo que pudieran encontrar en el camino. Al final se habían encariñado con aquellas viejas paredes de madera, con la decoración alpina y el frontón adornado con flores en lo alto de la fachada. Pasaron por delante de ella con un sentimiento de nostalgia, como si supieran con total seguridad que nunca más iban a volver allí.

Le tocaba conducir a Chân, pero dijo que estaba un poco mareada. Así que fue Básil el que cogió el volante de nuevo y se dispuso a pasar la larga jornada esquivando rocas y zonas pantanosas en dirección a aquellas montañas que podía ver a lo lejos.

La carretera se desdibujaba bajo las arenas amarillas que ocupaban buena parte del valle, pero un tiempo después tuvieron que tomar por una hendidura más estrecha por donde el camino avanzaba de forma accidentada. Pronto tuvieron que parar y hacer cálculos para superar algunos obstáculos complicados. En esos momentos fue de gran ayuda Roko, que con las herramientas que traía era capaz de desmenuzar una rama o apartar rocas con una pala desmontable.

Más o menos hacia el mediodía empezó a nevar de nuevo. Chân escudriñó el plano y dijo:

—Jonás nos dijo que por aquí deberíamos encontrar un río, bueno, un torrente, y que podríamos hacer una parada.

La cosa no se hizo efectiva hasta casi una hora más tarde. El torrente estaba casi completamente helado y el entorno era desapacible y frío, por lo que decidieron continuar.

Al acabar la tarde consiguieron remontar la parte más complicada del viaje. Habían accedido a otro territorio y pudieron contemplar ante ellos una llanura no muy extensa, con otra formación montañosa a la derecha y un pequeño desfiladero a la izquierda. Siguieron por este último y pronto se encontraron ante un valle recogido, donde había varios riachuelos y los árboles crecían en abundancia. Tuvieron que vadear alguna de aquellas corrientes y cuando vieron que ya había anochecido decidieron acampar.

Encontraron un lugar seco, sin rastros de nieve, y plantaron las tiendas. Chân fue a acomodarse al lado de Básil, en la tienda naranja.

Aprovechando aquella circunstancia, le preguntó a Básil:

—¿Cuál fue la relación de Faith con Gora y con los otros miembros del grupo? 

—La Faith que yo conocí era una mujer ya mayor. Apareció un día en Pamnia, durante la campaña del norte, mientras Kalús asediaba Oliphant Castle —dijo Básil, haciendo memoria.

—¿Como era? —preguntó Chân.

—Era una mujer muy bella, de largos cabellos rubios, rizados —repuso Básil—. Tenía los ojos azules, intensos y unos rasgos muy marcados; arrugas en torno a los labios, en la frente. Las manos muy trémulas, blanquísimas, con venillas azules.  Llevaba un traje de chaqueta negro, ligeramente abultado, con adornos en la espalda y en la falda, y un gorrito escocés de color azul, no sé con qué motivo. Estuvo muy atenta con Kalús, hasta creo que le sorprendí una caricia, pero este se mostró iracundo, inflexible: quería a toda costa la rendición de aquel general que había surgido en el Midland, Owen, que había traído en vilo a las tropas de la ciudad desde que habían conseguido hacer retroceder al Coronel Nassim en los territorios cercanos a Última. Faith había ido a rogarle que respetase la vida de Owen. Lo hizo en su cuartel general, en una casa del pueblo, hasta se puso de rodillas ante él y le besó los pies. Después desapareció de forma abrupta y había quien decía que la había visto en las filas enemigas, entre las ruinas del palacio. Sin embargo, lo cierto fue que Kalús murió poco después, de un disparo efectuado desde allí. Ya para entonces todos habíamos llegado a la conclusión de que Kalús estaba loco y nos alegramos de que se pusiera fin a todo aquello. Las tropas de Owen se marcharon en una flotilla de goletas que se habían aproximado a la orilla unas semanas antes. A donde fueron estas goletas, no se sabe.

Terminada la conversación, no tardaron en dormirse. A la mañana siguiente descubrieron que estaban sepultados bajo una capa de nieve bastante espesa. Las tiendas tuvieron que ser liberadas y hubo que abrir una trocha hasta el camión, que estaba un poco apartado. Esta vez sí que condujo Chân y el camino pareció volverse más fácil. La llanura era aluvial y tenía numerosos obstáculos, pero con todo avanzaron durante unas cuatro o cinco horas hasta que encontraron signos de presencia humana.

Lo primero fueron varias casetas rectangulares, con tejados de aluminio corrugado. Después descubrieron pequeños montones de escombros, restos de otras construcciones y algunos viejos aparatos desechados. El terreno era bastante despejado y llano, con algunos árboles desperdigados aquí y allá, así que disminuyeron la marcha, buscando algún lugar donde parar. Fue entonces cuando vieron varios carromatos puestos más o menos en círculo delante de un gran prado de hierba baja. También había varios vehículos de motor, básicamente camiones y furgonetas destartaladas, con prendas y otras cosas colgando de las ventanas. De una tienda de campaña de tela encerada vieron salir a un chico y a una chica, que se acercaron a ellos.

—¿De dónde venís? —preguntó la chica.

—Venimos de las tierras bajas, Lowlands, que se encuentran al otro lado de aquellas montañas —dijo Básil, señalando hacia el sur—. Estamos buscando a una mujer llamada Faith de Vagrant.

—Aquí vive —dijo el chico—. Preguntad a aquellos de allá.

Señaló un carromato que estaba un poco apartado, con un perro de pelo enmarañado atado a un travesaño y unas lonas extendidas junto a la entrada. Al descorrer las lonas vieron que en su interior, muy desordenado, había un joven con el torso desnudo, sentado sobre un colchón de látex.

—¿Que queréis? —preguntó.

—Queremos ver a Faith de Vagrant —dijo Básil, apoyándose en Roko, que caminaba a su lado.  

–¿Por qué razón?

—Queremos llegar a la ciudad de Última, hemos tenido un error en los cálculos y hemos ido a parar a las tierras bajas, donde encontramos algunos asentamientos humanos. En uno de ellos nos han dado las indicaciones para llegar hasta aquí.

El chico se levantó y cogió al perro. Después se dirigió a unos árboles que había cerca. Allí se encontraron con una mujer montando un caballo blanco, era rubia y tenía el pelo alborotado, pero al parecer no era Faith. Siguieron por entre los árboles y vieron varias tiendas de campaña. Al fin se encontraron con un carromato un poco más arreglado. Tenía dos ventanitas a los lados y una puerta de madera, con dibujos geométricos.

—Es aquí, esperad a que venga —dijo, marchándose por donde había venido.

Estuvieron un rato esperando, pero como vieron que no se acercaba nadie decidieron preguntar a las personas que había por allí.

—Llegará al atardecer. Viene de otro campamento cercano.

Roko decidió volver al camión y Básil y Chân se quedaron esperando. Se acomodaron como pudieron en dos sillitas que encontraron por allí y contemplaron a la extraña troupe que los rodeaba.

En las tiendas cercanas había grupos de familias con niños, que hablaban y se movían en torno a algunas hogueras. Algunos reparaban objetos domésticos, otros jugaban con sus hijos y otros simplemente conversaban, pero el ambiente era tranquilo y la sensación que producían era de completa armonía con la naturaleza. Las ropas eran gruesas y de abrigo, pero no parecían pesadas ni insanas. Muchos de ellos llevaban abrigos de pelo de algún animal salvaje, otros de lana y algunos llevaban prendas de montaña, de neopreno y de materiales elásticos que solo se podían conseguir en el continente.  

De repente escucharon una leve tonada, cantada en voz baja, en uno de los grupos. Básil y Chân se acercaron y escucharon a un hombre, de aspecto bohemio, que tocaba una guitarra antigua. La canción decía:

Quant’è bella giovinezza
che si fugge tuttavia!
Chi vuol esser lieto, sia:
di doman non c’è certezza.

Y luego seguía:

Quest’è Bacco e Arianna,

belli, e l’un dell’altro ardenti:

En ese momento vieron pasar a varias personas que se habían bajado de un coche destartalado. Una de ellas, muy delgada, parecía la persona que estaban esperando. Llevaba un pañuelo anudado a la cabeza y el cabello rubio recogido en varias trenzas. Su vestido era rojo oscuro, con bordados en toda su extensión. El chico que les había conducido hasta allí se acercó a hablarle al oído y señaló hacia donde ellos estaban.

 Cuando estuvo más cerca se paró y dijo:

—¿Quiénes sois?

—Venimos del sur y vamos a Última, pero nos hemos perdido —dijo Básil.

—Lleváis un camión del club Sierra, me han dicho —dijo ella—. Venís entonces de Nemoville.

—Sí, así es —añadió Básil—. Yo soy Grael, esta es mi compañera Evba y este es Roko, del Club Sierra.

—Venid hasta mi casa, hablaremos allí —dijo ella.

Volvieron hacia el carromato y se sentaron a la entrada. Con ellos se sentaron otras dos mujeres más o menos de la misma edad, que venían con ella en el coche.

—¿Cómo llegasteis hasta aquí? —preguntó ella.

—Estuvimos en una posada, al otro lado de aquellas montañas —continuó Básil—. La regentaba una chica joven, María.

—Es mi hija —dijo ella—. Entonces, ya entiendo por qué estáis aquí. Ella os indicó el camino…

Básil asintió con la cabeza y se le cayeron los lentes que llevaba siempre puestos. La mujer se le quedó mirando.

—Mi hija ha sido imprudente —dijo al fin—. Pero yo te conozco, de hace mucho tiempo, en otras circunstancias. Llevabas uniforme…

—Sí —repuso Básil—. Yo formaba parte del grupo de ejército que asediaron el palacio de Oliphant Castle, bajo el mando del General Kalús McMilkman. Y tú eres Faith, la mujer que intentó detener nuestro ataque aquellos días.

La mujer se dobló sobre si misma, como si un repentino dolor la hubiera atravesado, y se apoyó en una de sus acompañantes.

—¿Quieres retirarte? —preguntó esta, con tono suave.

—No, quiero que vengan los guardianes —dijo la mujer, levantándose y haciendo un gesto a algunas personas cercanas—. Detened a estas personas, son espías. Llevadlos al bosque, amordazarlos y no dejéis que nadie se les acerque —ordenó finalmente, dándoles la espalda y metiéndose en su carromato.

Básil y sus acompañantes se levantaron de donde estaban e intentaron huir, pero enseguida se encontraron con varias personas encima de ellas. La pelea duró apenas unos minutos, en los que Roko se defendió con saña, Chân ofreció una resistencia más medida, habida cuenta de su carácter pacífico, y Básil fue inmediatamente arrojado al suelo, pisoteado con saña y finalmente reducido sin demasiado trabajo en medio de un charco.

Roko, sin embargo, consiguió zafarse de sus perseguidores y comenzó una huida desesperada. En cuanto se sintió libre trató de dirigirse hacia el camión, pero había demasiada gente, así que fue en dirección contraria, derribando a varias personas por el camino. En medio de la maleza, dando grandes saltos, consiguió alejarse de sus perseguidores, hasta que, en un momento dado, pareció desaparecer.

Básil y Chân fueron llevados hasta un bosque cercano. Les ataron a dos árboles y los amordazaron. Básil comenzó a sentirse mal y se desmayó, incapaz de soportar la situación.

Cuando despertó estaba en otro lugar no menos angustioso: una cueva, con una solitaria antorcha de madera y trapos sujeta en una anilla que colgaba de la pared. Él se encontraba tirado en el suelo, con las manos y los pies atados, incapaz de moverse. Le habían puesto un trapo en la boca y apenas podía articular algún sonido. Delante suya tenía a dos hombres sentados, con grandes dagas en la mano y zamarras oscuras, que no le prestaban atención. Chân no se encontraba a la vista.

Intentó cambiar de posición, pero no pudo y cuando intentaba librarse del trapo que tenía en la boca vio que alguien entraba en la estancia. Era Faith, que lo contempló con el ceño fruncido.

—No entiendo la razón de vuestra presencia aquí —dijo, arrojando los pasaportes de Básil y de Chân al suelo—. Estos documentos son falsos, pero hemos encontrado en el camión otros papeles que dicen que la expedición la financia el Club Azul. ¿Qué teneis que ver con ellos?   

Básil se removió en el suelo. 

—Quitadle esa mordaza —dijo ella.

Uno de los chicos se acercó con el cuchillo que portaba y cortó las cuerdas que ataban los pies y las manos. Básil se incorporó un poco e inspeccionó las heridas que tenía en las piernas y en los brazos.

—Siempre he sido respetuosa con los miembros del Club Azul —dijo, como si iniciase una confesión—. He visto que no sois espías y que no venís con malas intenciones hacia mí o hacia mi gente, pero teneis que decirme la verdadera razón de vuestra presencia en este país.

—¿Dónde están Chân y Roko? —preguntó Básil.

—Chân será liberada ahora —dijo Faith, levantándose del suelo—. En cuanto a Roko, nadie lo ha visto todavía. Estamos vigilando para que no ataque al poblado.

—¿Estamos libres, entonces?

—Sí, podéis quedaros en el campamento hasta que deje de nevar y se despejen las cumbres. Después partiremos hacia el norte, quizá queráis venir con nosotros o tal vez queráis adelantaros con el camión. En Última la situación es inestable. El coronel Nassim controla la zona, puede exigir que os marchéis o lo que es peor, puede haceros prisioneros para pedir un rescate al Club Azul.

—Mantendremos nuestra verdadera identidad a salvo —dijo Básil, cogiendo los pasaportes del suelo.

Faith desapareció y Básil no tardó en salir por la bocana de la cueva. Se encontró en un claro rodeado de árboles y vio un camino que conducía al campamento. La entrada de la cueva estaba en una ladera de una loma completamente cubierta de árboles de hoja perenne. Abetos, pinos rojos y arces fundamentalmente, pero al otro lado se veía un valle estrecho, cubierto en parte de nieve que conducía a lo que parecía un río o un pequeño torrente. Básil observó el paisaje con atención, buscando el mejor modo de salir de allí, y se dio cuenta de que era un lugar duro para la supervivencia y que debían iniciar la marcha cuanto antes.

Mientras pensaba en todo esto volvió al campamento y comenzó a resentirse de una pierna. De buena gana hubiera usado un bastón, pero no había nada por los alrededores que pudiera sustituirlo.

Ya cerca de las tiendas vio a Chân, que conversaba junto a una de ellas. Parecía preocupada, aunque no mostraba síntomas aparentes de haber recibido maltrato.

—Hola, Chân, creí que no os volvería a ver.

—Hola, señor Básil, yo también estaba asustada —dijo ella—. Hay que buscar a Roko, quien sabe lo que le habrá pasado.

—Y a ti ¿qué te hicieron?

—Me tuvieron encerrada en una de las caravanas, atada de pies y manos. Me preguntaron mi verdadero nombre, las razones por las que estaba aquí y parece que se dieron por satisfechos.

—Aquí tienes tu pasaporte, me lo acaba de dar Faith de Vagrant, la jefa.

Fueron hasta el lugar donde habían dejado el camión y comprobaron que lo habían cambiado todo de sitio y que faltaban cosas, como las provisiones. Tampoco estaba la bolsa de Roko, la que llevaba siempre consigo.

—Daremos una vuelta por los alrededores —dijo Chân—, a ver si podemos averiguar algo del paradero de Roko.

Fueron hasta los límites del campamento y vieron entre la maleza, ocultos por montículos de tierra y zanjas cavadas a pico y pala, algunos agujeros que se hundían en las profundidades. Echaron un vistazo en su interior, pero no encontraron nada y los agujeros tampoco parecían prolongarse mucho. Normalmente estaban obstruidos con tierra o con una profusa vegetación de helechos y poderosas raíces entrelazadas.  

Al regresar al campamento vieron que les habían dejado comida en la cabina del camión, unas patatas mal asadas y un pisto de verduras aliñadas con aceite y vinagre.

Por la tarde se acercaron hasta el carromato de Faith, en busca de alguna respuesta a la desaparición de Roko y también para pedirles que les devolvieran las cosas que había en el camión, fundamentalmente las provisiones.

Faith no quiso recibirles, pero mandó a un emisario para anunciar que les devolverían sus pertenencias, excepto las armas, que solo les serían entregadas una vez abandonasen el campamento.

Por la noche alguien se acercó con varias bolsas y tres bidones de gasolina de 20 litros. Básil y Chân inspeccionaron las bolsas y se encontraron con casi todas las cosas de Roko, que incluían su saco de dormir, una cantimplora, una caña de pescar con  sus accesorios, un machete, dos walki-talkies, un botiquín, una brújula y otras menudencias que apenas podían identificar.

Viendo todo aquello Chân comenzó a llorar:

—¿Qué le habrá pasado? Puede estar herido y necesitarnos.

—No te preocupes, seguramente está escondido, esperando que abandonemos el campamento —dijo Básil, intentando calmarla—. Mañana volveremos a dar una vuelta por los alrededores para ver si lo encontramos. 

Mientras intentaban dormir, Básil le contó una parte de la historia que Chân no conocía:

—Todo comenzó un día de abril del año 1983 —relató Básil—. Gora nació en una isla en Grecia, en casa de Balthazar Leidner, un médico loco, obsesionado por las trepanaciones cerebrales y el estudio de las ondas electromagnéticas. Sus padres, Semión y Bárbara eran un poco inconscientes y dejaron al recién nacido en manos de aquel personaje. Como él mismo contaba en su diario, que se conservaba en el GVI:

Con intención de controlar, de dirigir mis pensamientos y mis actos el doctor Balthazar implantó un aparato radioeléctrico en mi cabeza. Pero lo peor de todo fue que mis padres estuvieron de acuerdo con aquel experimento. Ellos mismos instalaron un laboratorio en Vergel Florido para monitorizar la actividad del implante y enviar información constante a Balthazar, en la isla de Naxos. Sin embargo, lo más curioso es que nunca hice aquello para lo que fui programado, nunca obedecí sus órdenes. Me movía en un mundo propio, lleno de personajes y lugares únicos, inventados por mí, que tenían vida por sí mismos, que actuaban y se movían en un mundo aparentemente real, como este en el que ahora estamos. Fue entonces cuando comprobé que ni siquiera las maquinas más perfeccionadas hacen aquello que sus dueños o sus creadores prevén. Hacen otras cosas, las que les corresponde hacer, no las que otros quieren que hagan.

»Poco después los padres se instalan en un chalet de la Costa Brava, en España, donde viven hasta que un voraz incendio en la casa acaba con sus vidas. El niño se salva de milagro y aparece con heridas y completamente tiznado de negro en el jardín de la casa, debajo de un sicomoro frondoso. Poco después él se va a vivir con un tío suyo llamado Ludwig, que había ejercido de padrino en la isla de Naxos, a la ciudad de Sanandrés, en la costa norte española. Allí permanece hasta que cumple los diecisiete años y en el verano tío Ludwig le permite regresar a Verjel Florido. La casa se había reconstruido casi completamente desde los cimientos y Gora comienza a hacerse cargo de su herencia, fruto de la actividad comercial de su abuelo, Darío Vorontsov, que había vivido casi toda su vida en Malta.

»Después de pasar el verano haraganeando y aprendiendo a pintar con acuarelas, un día, casi al final del verano, tío Ludwig aparece de improviso en la casa, muy alterado y le dice a su sobrino que debe recoger sus cosas, que tiene que hacer un largo viaje.

»Gora le obedece y va con él hasta la estación de Verjel Florido. Allí este le explica que el doctor Leidner ha viajado en velero desde Naxos para comprobar el resultado de su experimento.

»Por aquel entonces Gora presentaba un aspecto poco sano. Su cabeza estaba deformada, como consecuencia del implante, y su ojo derecho se proyectaba hacia fuera de forma poco atrayente. Tiene la piel muy fina y las venas de la cara se le transparentan a través de las mejillas.  Por eso iba siempre tapado con un sombreo de ala ancha, unas gafas de sol con protectores laterales y unas túnicas que en ocasiones le llegaban hasta los pies. Solo años después, cuando consiguió que le arrancasen el implante de la cabeza, comenzó a recuperar un aspecto cercano a la normalidad.

»Eran las ocho menos cuarto de la tarde. Tío Ludwig sacó un billete marrón, levemente acartonado, de su chaqueta y le dijo a su sobrino: “Este tren va a llevarte a un lugar seguro, es la última estación, recuerda. Allí te encontrarás con alguien que te dirá lo que tienes que hacer”. Gora asintió con la cabeza. “Es un billete de ida y vuelta, consérvalo siempre contigo”, añadió tío Ludwig. “El revisor solo debe marcarlo una vez cada viaje. Si lo haces todo bien pronto estarás de regreso”, dijo, señalando un dibujo que había en cada una de las superficies.

»Tío Ludwig abrazó a su sobrino con fuerza: “Ahora tengo que irme”, le dijo.

»Era una tarde calurosa y había un silencio extraño en el aire. Muy pronto comenzaron a acumularse nubes negras sobre el cielo. Gora se sentó en uno de los bancos y estuvo un rato observando a los viajeros. Contempló su pequeña maleta de cuero y lanzó un largo bostezo.

»De repente un fuerte ruido le hizo volver a la realidad. Se dio cuenta de que se había dormido porque estaba tumbado en el banco, con la cabeza apoyada en la maleta. Afuera del andén, sobre las vías, llovía con fuerza. El cielo se volvió completamente negro. Gora escuchó un agudo silbido y vio que había dos o tres personas en el andén, moviéndose con extraña parsimonia. Sin embargo, en el reloj de la pared marcaban las ocho en punto. Fue hasta una de las ventanillas y habló con el empleado: “El tren de las ocho ¿ha pasado ya?”. El empleado le contestó: “No, es este que llega”.

»Gora se montó en un tren de color verde, con puertas pesadísimas, que costaba abrir y cerrar. Se metió en un departamento y esperó a ver los otros viajeros. Sin embargo, el tren partió de la estación sin que nadie más se subiese. Extrañado, recorrió todos los vagones, primero en una dirección y luego en otra, pero el tren se hallaba completamente vacío. Le invadió el pánico, pensó en saltar a las vías, pero el tren había alcanzado ya una velocidad demasiado elevada. 

»Cuando estaba a punto de llegar de nuevo a su departamento se encontró con un tipo joven, de mediana estatura, con el pelo pajizo, que ocupaba todo el pasillo. Iba vestido con un uniforme marrón y verde y un quepis oscuro bajo el que sobresalían unas enormes orejas. Le preguntó, con voz extraña: “¿Su billete, por favor?”.

»Gora se lo mostró y el revisor le informó de que aquella línea conducía hasta la ciudad de Última, en la isla de Crisoelephantina, y que no habría ninguna parada en el camino. Recordó lo que le había dicho el tío Ludwig y se sentó en su asiento, esperando a ver como acaba todo aquello.

—Qué historia tan interesante —dijo Chân, con los ojos abiertos—. Ahora quiero saber cómo se conocieron Gora y Faith de Vagrant…

—Bueno, esa tendrá que contárnosla ella —dijo este, arrebujándose en su saco—, si quiere.

A la mañana siguiente pusieron en orden la parte de atrás del camión y salieron del campamento en busca de Roko. Empezaron cerca del carromato de Faith, pero no la vieron, y se alejaron hacia el suroeste, por donde había ido Roko durante su huida. Intentaron conseguir información de alguno de los que andaba por allí, pero todos se encogían de hombros o se mostraban recelosos. 

Por aquella parte se encontraron con un desnivel por donde se veían también algunos agujeros. Observaron que algunos miembros del campamento andaban por allí, vigilando el ganado, y se acercaron a ellos. Solo había nieve en las partes bajas y en las sombras que producían las propias rocas. Por otra parte, el tiempo era desapacible y las rachas de viento cruzaban de vez en cuando en forma de zigzag, como si tratasen de empujarlos fuera de aquel territorio.

Cuando vieron uno de aquellos agujeros que les habían llamado la atención el día anterior, uno de los chicos les dijo:

—Tened cuidado, hay numerosos túneles que cruzan el terreno y por ahí se puede caer en uno de ellos.

—Pero entonces Roko puede haberse caído y estar malherido en cualquier parte.

El chico se encogió de hombros.

—Casi nadie sale vivo de ellos —dijo—. Y el que lo hace habla de seres monstruosos que aparecen de no se sabe dónde y que probablemente se alimente de cadáveres.  

Pese a todo llegaron hasta un cerro cercano y desde aquella distancia pudieron contemplar bien el campamento. Habría unas veinte o treinta cabañas y carromatos. Formaban un semicírculo imperfecto, con una zona de almacenamiento cerca de los árboles. Los caballos y las cabras andaban a su aire por todo aquel espacio, sin aparente vigilancia. Después había una pequeña pista que ocupaba el espacio central. De vez en cuando un grupo de Titiriteros ocupaba aquel espacio y comenzaba algún tipo de entrenamiento, como volteretas y juegos malabares.

Cuando regresaron al campamento, casi al medio día, notaron un cierto revuelo en torno al camión. Había varias personas que rodeaban a una figura que aparecía tendida, como si estuviera malherida.

—Es Roko —gritó Chân, que se alejó corriendo en aquella dirección.

Cuando Básil llegó Chân le abrazaba sin descanso. Roko tenía el rostro demudado y sucio y los brazos aparecían arañados y con trazos de sangre seca.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó, cuando pudo sentarse y recuperar el aliento.

—Ha sido tremendo —dijo Roko—. Cuando me escabullí de los que me perseguían caí en un agujero que no había visto. El terreno cedió bajo mis pies y me vi arrastrado a una cueva profunda, sin luz y sin manera de poder orientarme. En la caída me hice daño en la cabeza —añadió, mostrando unos rasguños en la sien—, pero conseguí ponerme en pie y caminar un poco. Pero había zonas con agua que eran difíciles de vadear y decidí buscar un modo de llegar a la parte de arriba, donde suponía que estaba la salida. Pasaron horas y cuando comenzaba a desfallecer, de hambre, noté unas manos suaves que me tocaban. Cuando me quise dar cuenta estaba rodeado de criaturas de extraño aspecto, podía ver el brillo de sus ojos, sentir una respiración nauseabunda sobre mi cara. Conseguí zafarme de ellos, pero para hacerlo tuve que adentrarme más y más por aquellas galerías estrechas, llenas de humedad y cubiertas de raíces y plantas. Tenía que avanzar a tientas, sabiendo que aquellas presencias me seguían y me olfateaban.  Alguna vez lograba ver el resplandor de la luz del día, pero estaba demasiado lejos y no podía alcanzarla. Después llegué a una sala más ancha, con varios corredores. Estuve allí durante horas, hasta que la oscuridad volvió a adueñarse de todo. Entonces volvieron las presencias, se abalanzaron sobre mi y comenzaron a cubrirme completamente. Me libré como pude de ellos, creo que incluso aplasté la cabeza de alguno, hasta que caía por un terraplén, surgió la luz de algún lago y pude ver que el campamento de Titiriteros estaba cerca. Saludé con la mano y entonces me vieron y vinieron a rescatarme. Ahora estoy aquí.

—Pero han pasado dos días —dijo Chân, contemplándolo con admiración—, ¿Cómo es posible que hayas resistido tanto tiempo?

—No lo sé, fue como una pesadilla, no es posible describirla de otro modo.

—Y esos seres tan horribles ¿de donde habrán salido? —se preguntó Básil.

—Son seres del subsuelo —dijo uno de los presentes, sin darle importancia—; están por toda la isla. Normalmente no hacen nada, pero hay que tener cuidado de no entrar en su territorio, no caer en uno de los agujeros.

—Que terrible —dijo Básil—. No se puede tener ni un segundo de respiro en esta isla.

—Así es —dijo otro de los Titiriteros—. Han vivido ahí desde siempre, hay que respetarlos.

Aquella noche, y a partir de ahí todas las noches Chân se fue a dormir a la tienda de Roko, que montaron junto a la de Básil. Este no pudo dejar de sentir una leve punzada de envidia, pero no podía hacer nada para evitarlo.

Al día siguiente Básil se acercó a donde estaban Chân y Roko desayunando y les preguntó si se habían preguntado que tipo de criaturas eran aquellas que Roko había visto en el subsuelo.

—La única explicación que yo encuentro —expuso Chân— es que como la isla es un lugar transaccional entre la vida y la muerte muchos espíritus no alcanzan completamente el estado de vida, ni tampoco se hayan verdaderamente muertos por lo que no encuentran sitio en este mundo. Eso les obliga a vagar por un espacio no ocupado por otros tipos de vida, es decir: el subsuelo.

—¿Y la razón por la que me atacaban? —preguntó Roko.

—Precisamente ese estado incompleto hace que tengan hambre, como los demás seres vivos, y necesiten alimentarse —explicó Chân—. Pero carecen de las fuerzas de un ser realmente vivo, por lo que no pueden competir con estos en fuerza ni en valor. De todas formas, se mantienen al acecho y si el ser vivo se muestra débil o cae en un sueño profundo, entonces ellos aprovechan el momento para comérselo. Eso se explica muy bien en el Bardo Todol, el libro de los muertos tibetano.

—No son entonces entidades espirituales o kamis, como dicen los japoneses

—Para conjurar este peligro existen varias horaciones en el libro de los muertos. Precisamente le enseñaba a Roko una de estas.

—Por favor, quiero aprenderla yo también

Chân se puso en la postura del loto y comenzó a recitar, con voz clara, en Tamang, uno de los idiomas de los tibetanos:

—Cuando por intensa ignorancia en el samsâra yerro, que en el resplandeciente camino de luz de la sabiduría del dharmadhâtu, el Bienaventurado Buda Vairóchana camine ante mí, tras de mí su consorte, la Reina del Espacio del Vajra; me ayuden a cruzar el sendero peligroso del bardo y me lleven al estado de Buda perfecto.

Básil y Roko trataron de seguirla en su recitación, pero la tarea era ardua y repetían cada una de las palabras de manera fonética, sin entender su significado. Chân trató de escribir su transcripción en la arena, pero resultaba confuso y lento.

Algunos miembros del grupo de Faith, la carta de los Titiriteros, se acercaron al escuchar aquella salmodia y comenzaron a seguir sus cánticos: ellos sí se los sabían de memoria.

—Como es posible que conozcáis este idioma —dijo Básil, verdaderamente impresionado.

—Lo hemos aprendido durante nuestros viajes por la isla —repuso uno de ellos—. Hemos cruzado muchas veces el desierto y hemos escuchado los cánticos de los monjes de la Secta del Espejo. Han sido ellos quienes han dirigido desde siempre la transición de los espíritus entre la vida y la muerte. Y lo han hecho principalmente a través del lago de Isis Kool, por donde se cuelan aquellos que se suicidan o van directamente a la reencarnación.

Chân escuchó aquello con suma atención, pensando que tal vez allí hubiese una nueva forma de budismo que ella misma desconocía. 

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